La historia de la sal

7267

La sal es el primer condimento utilizado en la historia de la humanidad y durante siglos ha sido un bien muy preciado, fundamentalmente por su papel en la conservación de alimentos. Su obtención y comercio ha definido en muchas ocasiones el curso de la historia.
la-histroria-de-la-sal

La historia de la sal trata del uso y comercio que se le ha dado durante siglos a la única “roca” comestible por el ser humano.
La palabra sal procede del término griego als, que significa “grano de sal marina”. En latín, sal proviene de la raíz indoeuropea sal y es un adjetivo sustantivado que significa “turbio”, “gris sucio”, mientras que salsus, designa a lo salado.
Cabe reseñar que la sal que circulaba en los mercados romanos era sal sin refinar y presentaba ese aspecto “sucio”. En la actualidad, la palabra sal posee diversas connotaciones en nuestro idioma.
Coloquialmente, en ocasiones, la agudeza, el ingenio, es calificado como la “sal” de la conversación y se dice que una persona es “salerosa” cuando tiene garbo, gracia al hablar y un trato amable con los demás.
Asimismo, cabe destacar cómo esta sustancia, tan habitual en nuestros días, ha tenido un gran protagonismo a lo largo de la historia.
La sal ha formado parte de la cultura de las antiguas civilizaciones que la empleaban como elemento ritual y la dotaban de un gran simbolismo (la mujer de Lot fue condenada a convertirse en estatua de sal mientras huían de la ciudad de Sodoma, junto al mar Muerto).
Entre los griegos, al igual que para los hebreos o los árabes, la sal era símbolo de amistad, de hospitalidad, de fraternidad. Los griegos recibían a las visitas en casa ofreciéndoles pan y sal.
Los beduinos firmaban entre ellos “el pacto de la sal”. Se compartía la sal como el pan.
Los romanos acostumbraban a colocar sal en los labios de los niños en periodo de lactancia para protegerlos del peligro.
Los egipcios la empleaban para conservar alimentos y para facilitar el proceso de momificación. Los alquimistas la consideraban el quinto elemento: agua, tierra, aire, fuego y sal.
Es curioso comprobar cómo algunas de sus supersticiones han llegado hasta nuestros días. Recordemos cómo hay quien califica de mal agüero derramar la sal de forma involuntaria o que se caiga un salero. Como remedio para ahuyentar la mala suerte, se aconseja echar una pizca de sal por encima del hombro izquierdo.
Dejando a un lado lo mundano, en la Biblia, la sal es un medio simbólico de Dios con su pueblo. En el sermón de la montaña, Jesús llama a sus discípulos la “sal de la Tierra” y en ella se hace referencia a Jesucristo como “la sal redentora que penetra el cielo y la tierra”.
Pero aparte de este gran simbolismo, la sal fue objeto de gran preocupación para nuestros antepasados por otros menesteres.
Desde el Neolítico, hace unos 7.000 años, cuando el hombre deja de ser nómada y pasa a ser agricultor y ganadero, la sal se convirtió en un excelente medio para conservar la carne y el pescado. Bien es cierto que no sabían cómo obtenerla ni cómo transportarla. Por esta razón, los asentamientos humanos estaban ubicados en lugares próximos al agua y a la sal.
Un equipo de arqueólogos búlgaros ha descubierto recientemente el centro más antiguo en Europa para la obtención de sal, que data de 5.400 años a.C., próximo a la ciudad de Provadia, al noreste de Bulgaria. Al parecer, ya entonces, nuestros antepasados hervían agua salada proveniente de unas fuentes del lugar, en recipientes de barro especiales y, de esta manera, obtenían bloques de sal que posteriormente empleaban para uso propio e incluso comercializaban con ellos.
Para las antiguas civilizaciones, la sal era un bien muy codiciado, que no sólo daba sabor a los alimentos, sino que también facilitaba la única posibilidad de conservar la carne, por lo que a menudo se la ha definido como el “oro blanco”. De ahí que muchas grandes ciudades se ubicaran cerca de los grandes yacimientos de este mineral, como es el caso de la ciudad de Salzburgo, en Austria. Salzburgo, como el río que la baña, el Salzach, debe su nombre a este mineral.
Hace más de 4.000 años, los celtas y después los romanos, empezaron a explotar los ricos yacimientos de sal de Dürnberg, al sur de Salzburgo. La sal era para los últimos un producto comercial de especial importancia. Ellos fueron quienes establecieron la llamada “ruta de la sal” dedicada al comercio de este mineral. Esta ruta conectaba la ciudad de Salzburgo con otras ciudades vecinas, igualmente ricas en depósitos de sal.
Ciudades como Roma y Venecia alcanzaron gran renombre por ser lugares estratégicos en el comercio de la sal. Roma estaba ubicada justo en el punto en el que la Vía Salaria cruzaba el Tíber.
La Vía Salaria, que es la vía romana más antigua de Italia, estaba dedicada al transporte de este producto. Discurría desde las grandes salinas de Ostia (ciudad antigua que era puerto comercial de la antigua Roma), pasando los Apeninos, hasta San Benedetto del Tronto, bañada por el mar Adriático. Los soldados que custodiaban esta vía, recibían parte de su paga en forma de bolsitas con sal, lo que entonces se llamaba salarium argentum que, además de ayudarles para conservar sus alimentos, les servía para el trueque de otras mercancías. El salarium representaba la retribución o recompensa que recibían estos soldados por sus servicios. Nuestra palabra “salario” proviene de ahí.
Ya en la Edad Media, los señores feudales y los monarcas, conocedores de la importancia de la sal para la población, establecieron impuestos por el uso y explotación de la sal, constituyendo uno de los principales ingresos de las monarquías absolutas. Este abuso de poder desencadenó verdaderas guerras civiles. La gabela, el impuesto de la sal, que estableció el Gobierno francés a la clase obrera, provocó la furia del vulgo y parece que fue uno de los principales motores que impulsaron la Revolución Francesa. Con la Revolución Francesa, en el siglo XIX, se abolió dicho impuesto y se estableció la libre explotación y venta de sal en toda Europa.
Pero, quizá el episodio más reciente, aunque date de 1930, donde la sal tuvo gran repercusión, es el protagonizado por una de las personalidades más trascendentes del siglo XX. Mahatma Gandhi manifestó su rechazo frente al monopolio británico en la denominada “Marcha de la sal“. Durante veintitrés días, Gandhi y sus seguidores recorrieron cerca de 400 km. de la India bajo dominio británico, hasta llegar a las costas de Dandi (Gujarat) para tomar un simple puñado de sal. La protesta pacífica, de marcado simbolismo, fue ejemplo de lucha reivindicativa y resistencia no violenta frente a la ley que dictaba que la venta o producción de sal en la India por cualquiera que no fuera el gobierno británico era una ofensa criminal.

Para más información:

TIENDAS DE PISCINAS

Poolaria